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 Homilia de Domingo de Pascua

¡Aleluya, ha resucitado!

La Resurrección de Jesucristo es el misterio más importante de nuestra fe cristiana. La Resurrección de Jesucristo es el centro de nuestra fe cristiana y de nuestra salvación. Como dice San Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado, entonces nuestra fe [y nuestra esperanza] sería en vano”.

Y esto es porque Jesucristo no sólo ha resucitado a Él, sino que nos ha prometido que también nosotros resucitaremos con él. En efecto, la Escritura nos dice que iremos a una resurrección de vida o a una resurrección de condenación, como lo han sido nuestras obras durante nuestra vida en la tierra (cf. Jn 5,29).

Por tanto, la Resurrección de Cristo nos habla de nuestra salvación; es decir, siendo santificados por Él para llegar al Cielo. Y también anuncia nuestra propia resurrección, como dice Cristo: "El que cree en mí tendrá vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero".

La Resurrección del Señor recuerda una pregunta que siempre ha estado en la mente del ser humano: ¿Qué será en el más allá? ¿Cómo será el más allá? ¿Hay vida después de esta vida? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Qué es eso del Juicio Final? ¿Hay futuro a pesar de que nuestro cuerpo esté bajo tierra o en cenizas?

La Resurrección de Jesucristo nos da una respuesta a todas estas preguntas. Y la respuesta es: resucitaremos como Cristo resucitó y como Él ha prometido a quien hace la voluntad del Padre. Su resurrección es el anuncio de nuestra propia resurrección y de nuestra futura inmortalidad.

¿Cuándo sucederá la prometida resurrección de Cristo? No sucede inmediatamente después de la muerte, porque en la muerte el alma se separa del cuerpo. La muerte es precisamente esa separación. Pero la resurrección misma se producirá en el "último día" (Jn 6, 54, 11, 25); "al fin del mundo" (LG 48), en la Segunda Venida de Cristo: "Cuando la señal sea dada por la voz del Arcángel, el Señor mismo descenderá del cielo, al sonido de la trompeta divina. los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tes. 4, 16) (Catecismo de la Iglesia Católica # 1001)

¿Quién sabe ese momento? Nadie. Ni los ángeles del cielo, dice el Señor: sólo el Padre Celestial sabe el tiempo en que "el Hijo del Hombre vendrá en las nubes con gran poder y gloria" para juzgar a los vivos y a los muertos. Será entonces nuestra resurrección: resucitaremos a vida eterna en el Cielo -los que hemos hecho el bien- o resucitaremos a la condenación los que hemos hecho el mal.

La vida de Jesús nos muestra el camino que todos tenemos que recorrer para alcanzar la promesa de nuestra resurrección. Su vida fue una identificación total de su voluntad con la voluntad de Dios en esta vida, por lo que nuestra vida debe ser de la misma manera. Sólo así podremos dar el paso a la otra vida, donde el Padre celestial tiene preparada la eternidad para todos, donde estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como lo es Jesucristo y como lo es su Madre, la Santísima Virgen María.

A lo largo de la Cuaresma, hemos estado hablando de "conversión", es decir, de cambiar la vida. Esto se refiere a un cambio de vida, a enterrar nuestro "yo" para resucitar con Cristo. Se trata, para decirlo en una frase, de poner a Dios en primer lugar en nuestras vidas y amarlo por encima de todo. ¿No es esto simplemente el cumplimiento del primer mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas? Y amar significa complacerlo en absoluto. Y agradar a Dios en todos los medios haciendo sólo Su voluntad... no la nuestra. Así, en la celebración de la resurrección de Cristo somos iluminados por este misterio, nuestras vidas han adquirido un nuevo significado gracias a la esperanza en la resurrección para nosotros.

Felices Pascuas para todos.

P. Juan Luis